Amanecimos en Madrid un miércoles de Semana Santa, en una mañana de sol brillante que contrastaba con el París helado que habíamos dejado atrás. Era un viaje a Europa que realizábamos con nuestra hija de ocho años de edad, y debíamos ser muy precavidos por eso de ir con niños.
Aún así, fue realmente muy lindo viajar en su compañía. Al llegar, hicimos los arreglos pertinentes en el Hotel Emperador, ubicado en la Gran Vía, y allí el personal nos consiguió los tickets para viajar al día siguiente a Sevilla a bordo del tren AVE (Alta velocidad Española), porque íbamos a conocer a Nuestra Señora de la Esperanza, La Macarena, en la catedral de esa ciudad. El viaje dura aproximadamente 2 horas y 10 minutos, durante los cuales fuimos atendidos muy bien (especialmente porque nos sirvieron un desayuno riquísimo) y el tiempo se nos fue volando.
A las 10:30 am llegamos a la estación de trenes de Sevilla. Desde allí fuimos en autobús hacia el centro, donde está la catedral. La ciudad estaba preparándose para la procesión de su virgen, y algunas vías estaban cerradas.
Los sevillanos vestían muy elegantemente porque su patrona iba a recorrer las pintorescas calles de su urbe.
Al entrar en el templo, disfrutamos de un momento celestial, parados frente a una imagen vestida con un traje bellísimo de color amarillo y rodeado de lirios blancos. Dicen algunos que suelen ver a La Macarena llorar, aunque puedo contar que realmente fui yo la que lloró por la gran emoción de cumplir el sueño de orar ante tan importante Señora.
No quisiera finalizar este relato sin obsequiarles una copla muy conocida: “De noche, cuando me acuesto, le rezo a la virgencita de La Macarena. Y allí solita, en mi alcoba, a la virgencita le cuento mis penas”
Lic. Brigitt de Sánchez
NOTA: Este artículo fue publicado en el Diario de El Nacional Venezuela, el día 7 de septiembre de 2.003 en la sección de Turismo.