En la
antigua Grecia los juegos o competencias trascendían lo estrictamente deportivo
para traer honor tanto a los victoriosos participantes, como también a sus
familias y pueblos.
En esta era
moderna, tras abrirse a todas las naciones y a los atletas de ambos sexos, el
evento se ha transformado en una celebración globalizada que sigue envuelta en
el espíritu mitológico de sus comienzos en la ciudad que le da su nombre: Olimpia,
donde se han disputado hace unos mil años.
Pero realmente lo
que no ha cambiado con el tiempo es la verdadera esencia del ser humano, la
competencia nos une a todos aunque no seamos los atletas y que exponen nuestra
fibra cada vez que alguien logra su merecida medalla y oye el himno de su país
como tributo al logro alcanzado.
Si tomamos el
deporte como condición de vida, nos daríamos cuenta que el triunfo de un atleta
se basa en los principios que podemos aplicar a nuestras vidas para que sean
exitosas. ¿Y cómo lo hacemos se preguntaran ustedes?
Uno de los valores
deportivos es el perseguir un sueño con ahínco y tesón, se plantean metas muy
concretas y sean persistentes para lograr el triunfo que es el éxito de un
desempeño deportivo, sin embargo, el triunfo no solo se aprende, se vive se
lucha, y se disfruta en ¡plenitud! Hasta obtener algún día esa medalla de oro
en nuestras manos.
No tengan miedo de
soñar en grande, y trabajen duro para lograr sus objetivos como si fuéramos
unos atletas.
¡Felicidades por
recibir su medalla de oro!
Lic. Brigitt de Sánchez
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